Cuando estamos inmersos en un problema o situación difícil tendemos a pensar que no hay solución, que esta situación es por tiempo indefinido y no hay salida. Esto nos angustia y nos genera ansiedad.
Como dice el refrán español: ”No hay mal que 100 años dure”.
Cuando me enfrento a un día duro, a una situación incómoda o a una temporada de incertidumbre, intento pensar que es algo finito, algo que acabará llegando a su fin.
Saber que llegará un momento en que todo terminará me da ánimos.
Por otro lado, debemos ser conscientes de que las situaciones felices también se acaban. Esto nos permitirá no aferrarnos a ellas y no sufrir cuando finalicen. Una fiesta, unas vacaciones o un proyecto que te ilusiona, antes o después se acabará.
Todo tiene un final. Ser conscientes de ello nos permitirá una vida con menos altibajos y mayor capacidad de adaptación al cambio.
Buda nos enseña otra reflexión: “Todo lo que tiene un inicio tiene un final. Haz las paces con eso y todo estará bien”.
Las experiencias de nuestra vida, positivas y negativas, todas son transitorias. Tomar consciencia de lo efímero de las cosas nos aporta confianza y paz interior.
Existe un cuento sufí muy antiguo y muy instructivo llamado “El anillo del Rey” que refleja esta idea.
Dice la leyenda que un rey mandó fabricar un anillo muy valioso y pidió a los sabios de la corte que pensaran en un mensaje, corto para poder esconderlo dentro del anillo. Debía ser un mensaje que le pudiera servir en momentos de desesperación tanto a él como a sus descendientes.
Los sabios, buscaron y buscaron alguna frase que en sólo 3 o 4 palabras expresara lo que se le había pedido. Pero pasó un tiempo y no habían encontrado las palabras adecuadas.
Al servicio del rey, había un anciano, que antes que a él había servido a su padre y por el que sentía un gran respeto. Así que, mientras los sabios perdían el tiempo inmersos en sus libros, el rey le preguntó a este.
“No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje.” Contestó el anciano.
“Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico.”
“Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje”. El anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey. “Pero no lo leas” le dijo, “mantenlo escondido en el anillo.”
“Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación.”
No mucho después, el reino fue invadido y el rey debió huir a caballo para salvar su vida. Estaba sólo y los perseguidores eran multitud. Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida. Enfrente, había un precipicio y un profundo valle.
Caer por él sería el fin.
Y no podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar sus caballos. No podía seguir hacia delante y no había ningún otro camino…
Entonces, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje tan valioso como sencillo: Esto también pasará.
Mientras leía, sintió paz y escuchó un gran silencio. Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino, pero lo cierto es que dejó de escuchar el trote de los caballos. El rey se sentía profundamente agradecido al sirviente y al místico desconocido. Aquellas palabras habían resultado milagrosas.
Dobló el papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino. Y el día que entraba de nuevo victorioso en la capital hubo una gran celebración con música, bailes… y él se sentía muy orgulloso de sí mismo.
El anciano, que estaba a su lado en el carro, le dijo:
– Vuelve a mirar el mensaje.
– ¿Qué quieres decir? – preguntó el rey – Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en una situación sin salida.
– Escucha, dijo el anciano: este mensaje no es sólo para situaciones desesperadas; también es para situaciones placenteras.
No es sólo para cuando estás derrotado; también es para cuando te sientes victorioso.
No es sólo para cuando eres el último; también es para cuando eres el primero.
El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: “Esto también pasará”, y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, pero el orgullo, el ego, había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Se había iluminado.
Entonces el anciano le dijo: “Recuerda que todo pasa. Ninguna cosa ni ninguna emoción son permanentes.”
“Como el día y la noche, hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.”
“Grábatelo bien en tu cabeza y en tu corazón.”